viernes, 7 de marzo de 2014

Este 8 de marzo no hay nada que celebrar. ¡Tomemos las calles!

Desde hace más de dos años incorporarse a la realidad de cada día se ha convertido en un acto de resistencia heroico, de una heroicidad cotidiana, a la que le cuesta mantener el ánimo y pugna consigo misma por no desistir y resignarse.

Desechada la ética y los valores del bien común, la igualdad y la convivencia, cuando éstos son sustituidos por la codicia salvaje y el beneficio de unos pocos que lo quieren todo, cuando el lema es sálvese el que pueda, se instala la ley de la selva.

Ahora sabemos que la desafortunada frase que titulaba “El fin de la historia y el último hombre” no era un diagnóstico, era una amenaza sobre nuestro futuro. El autor de la misma, Francis Fukuyama, influyente politólogo, dictó sentencia sobre un futuro en el que la lucha ideológica estaba concluida y desaparecía la lucha de clases por innecesaria. Las utopías estaban finalizadas, se instalaba el pensamiento único con su máxima de que las ideologías han sido sustituidas por la economía y que el libre mercado dirige la sociedad.
Las teorías no resisten bien el traspaso a la realidad, salvo que se impongan como un mantra insistente que consiga instalarse en nuestras conciencias y nos haga creer que no hay alternativa.
El mantra se ha instalado gracias al más poderoso ejército, los medios de comunicación. Cada día nos bombardean con el dogma de que la interpretación de la realidad es solo posible desde su aceptación y resignación.
Las élites se han adueñado de nuestro futuro y nos imponen el "no hay alternativa" resguardados de nuestro sufrimiento en un aislamiento psicótico, cobijados en la acumulación de bienes y derechos comunes de los que se han apropiado en exclusividad, sus privilegios adoptan la forma de un derecho natural propio de estirpes elegidas para dirigir nuestros destinos. 
Pero no solo no es el fin de la historia, sino que la lucha de clases persiste y es una guerra despiadada, desigual, que dura más de dos años y que se inició como una gran estafa. La ideología no ha muerto sino que rige nuestras vidas desde modelos sociales, económicos y políticos antidemocráticos impuestos por los propios gobiernos.
La lucha de clases se ha trasladado al modo de gobierno y es guerra abierta entre demócratas y antidemócratas. Entre los que quieren una sociedad basada en la igualdad y los añorantes de un pasado que les favorecía en su posición privilegiada y les permitía campar por la historia como en su propio cortijo.
Han destruido la construcción de una Europa social y solidaria, han trazado una línea divisoria excluyente entre la mayoría de pobres y unos pocos elegidos. Han establecido una frontera geográfica con los países del sur que arrastra y condena a la servidumbre, mano de obra barata de la cual disponer cuando se necesite para abandonar a su suerte una vez utilizada. Hoy el sur somos todos.
En nuestro caso concreto, el gobierno del PP, dirigido por su presidente Mariano Rajoy maneja nuestra realidad a golpe de decreto, mentiras, ocultamientos, ausencias parlamentarias y menosprecio del Congreso. No es un demócrata, ni tan siquiera es un político, es solo un hombre ausente e impasible, para el que la política es solo “uno de esos líos”, no la necesita. Impone leyes retrógradas que se apropian de nuestra única herencia, lo conseguido, lo arrancado con esfuerzo y sufrimiento a una época oscura de la que él es un gran nostálgico.
Todas las leyes aprobadas con su mayoría absolutista han supuesto un retroceso. Su modelo no sigue los dictámenes de la racionalidad económica o social, sino los del fanatismo ideológico y el odio de clase. 
Quiero destacar dos leyes impresentables e indefendibles por su ineficacia social y política, que ponen de relieve su añoranza de tiempos pretéritos: la Ley para la Reforma Laboral y la nueva Ley del Aborto. Todas nos afectan sobremanera e implican retroceso y pérdida, pero estas dos coartan nuestro futuro como trabajadoras y como mujeres. La Ley del Aborto nos devuelve a los faldones de la iglesia y de su moral más rancia, nos pone al servicio de la maternidad como único objetivo vital. Nos cosifica, como si de gallinas ponedoras se tratara, nuestra misión es parir esclavos por el bien de la economía.
La Ley para la Reforma Laboral nos deja indefensas como trabajadoras, menoscaba nuestros derechos y capacidad de negociación. Nos condena a la precariedad y la subsistencia mínima, en muchos casos a la difícil supervivencia. En esta lucha de clases desigual, los vencidos quedamos en condición de vasallaje servil. Y qué papel nos reserva a las mujeres. En su imaginario de otros tiempos, la mujer era madre y esposa…o puta. Por este motivo nos invitan sin pudor alguno al ejercicio de la prostitución. Es imprescindible para un país dirigido por chulos disponer de suficientes putas, aunque sean putas tristes.
Su acusación de que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades era una penitencia por habernos escapado del argumento de los santos inocentes, aquella obra de Delibes que tan bien retrata una España en blanco y negro, con las maletas siempre a punto para la emigración. Donde señoritos y caciques engominados, disponen de la vida de sus sirvientes en condición de sumisos y eternos agradecidos. Y donde las señoritas de bien, resuelven sus deslices en clínicas privadas, dado que tienen el lujo de poder pagarlas. Y las mujeres trabajadoras nos encargamos del estado del bienestar, de la alimentación y cuidado de débiles y enfermos, desde nuestros diminutos y miserables espacios íntimos, cargando siempre con el dolor y la culpa por pecadoras, como manda la santa madre iglesia.
En su nostalgia volvemos a ser la reserva espiritual de Occidente, una reserva apartada del derecho internacional, una reserva espiritual de moral hipócrita y grasienta, de curas y sátrapas, de vasallos y sirvientas, de chulos y putas.
Este ocho de marzo no tenemos nada que celebrar, es un día para la denuncia y la resistencia. Debemos comernos la rabia, sacar fuerzas de la impotencia y el desánimo y tomar las calles para no abandonarlas nunca más. Debemos hacer política, una política de lucha organizada, una política de exigencia, de resistencia y no cesión de uno solo de nuestros derechos. Debemos despreciar su nostalgia y echarlos, es urgente echar a este gobierno, antes de que su insidioso, y nuevo mantra de esto es lo que hay, se instale para siempre en nuestras conciencias y nos deje rotas y acabadas. Este ocho de marzo tenemos que hacer que el miedo, el desánimo y el dolor cambien de bando. Debemos echarlos, es urgente echarlos, podemos echarlos.

Cruz Leal 
@EticaA
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