viernes, 31 de mayo de 2013

Los jóvenes y la política tomada en serio.

Jóvenes sin futuro

En 35 años de democracia, nunca ha habido un momento de desafección a la política por parte de la ciudadanía tan notable como el actual. En términos generales, las razones son evidentes: la corrupción y el paro en un contexto de desmantelamiento del Estado del Bienestar. No obstante, parece que pesa incluso más la sensación de incapacidad de los gobernantes  para dar con las soluciones que, por fin, nos permitan ver algo de luz al final del túnel.

Corremos el riesgo de que haya una generación pérdida. Los datos de desempleo de los jóvenes de 20-34 años son devastadores. Algunos jóvenes cualificados se van fuera en busca de oportunidades y serán otros países quienes aprovechen los frutos de su formación recibida en nuestro país. Además, más de un millón de jóvenes sin formación académica, víctimas de la crisis cultural que inducía a dejar los estudios e irse a trabajar al sector de la construcción, difícilmente encontrarán trabajo. Hay que recuperarlos.

No hay nada peor que no tener expectativas de futuro, y el ejemplo paradigmático es el de los jóvenes como yo que no saben qué va a ser de ellos en un futuro no tan lejano, si van a poder ganarse  y mantener un nivel de vida como el de sus padres, como se daba por hecho hace no tanto tiempo, o van a tener que emigrar para tener una vida digna, cobrar salarios que no se correspondan con un país de la UE, soportar la pérdida de derechos, soportar abusos como el despido cada vez más barato, contratos con menos garantías y la presión de que hay que trabajar más y cobrar menos.

Cuando parte de la izquierda estaba luchando por reducir la jornada laboral, parece que desde la derecha se quiere imponer  una involución sin precedentes y destruir lo que durante tanto tiempo y con sumo esfuerzo se había construido. Parece que quieren que compitamos con países que no están precisamente en la UE, y por ello nos encontramos ante un panorama desolador.

Repartir el trabajo

La idea progresista de que se puede trabajar menos y compartir el trabajo solo se interiorizará en la sociedad si se sabe explicar de forma fundamentada. Para empezar, se puede, porque siendo prácticos la primera barrera que hay que derribar es la de la mentalidad de aquellos que piensan que vivir igual o mejor trabajando menos es una utopía.

Por un lado, el hecho de trabajar menos ya es per se un aumento de la calidad de vida. Y por otro lado, el hecho de trabajar menos horas abre una doble vía para reducir el paro.

En primer lugar se reparte más el trabajo, hay menos personas desempleadas y eso es de una valía incuestionable a todos los efectos, tanto desde el punto de vista de la propia persona  y el drama por el que pasa, como para las arcas de un maltrecho Estado que no puede soportar millones de parados. 

Y en segundo lugar, si como se ha expuesto, hay más personas empleadas, hay más potencial de consumo, con lo cual las empresas obtendrán mayores beneficios y podrán pagar mejor e incrementar su inversión y por tanto necesitar más fuerza de trabajo.

Es una idea que puede tardar en fructificar a corto plazo, y ello juega en contra, porque la Tierra sigue girando y se necesitan soluciones urgentes e inmediatas, pero es una idea orientada al crecimiento, a generar algo que nos ayude a salir poco a poco de esta crisis, al contrario que las medidas del actual gobierno, empeñado en deprimir aún más una economía  deprimida, sabiendo que el abc de la economía -aunque por ideología se haya centrado todo en el déficit- se basa en que para salir de una recesión hay que favorecer un crecimiento sostenible, y las medidas de este gobierno van orientadas a lo contrario.

Eso sí, veremos de qué dimensiones será el destrozo del Estado del Bienestar, efectuado con el pretexto de la crisis económica.

Debemos  explicar a la sociedad que la idea de compartir el trabajo se corresponde con la esencia de la política y  una visión humanista de la sociedad.

La política está para la felicidad humana. La política en positivo.

Por ello, la política debe ir orientada a un solo objetivo, la felicidad humana, a integrar en la sociedad y mejorar la vida de más gente cada vez. Pero la idea de felicidad del ser humano no puede ir asociada a tener el mejor coche, la mejor moto o una mansión. O dicho de otra manera, no tenerlo no puede ser un motivo de infelicidad como se nos ha vendido  desde una cultura basada en el consumismo despiadado.

Debemos aprender que vivir dignamente es barato. El ser humano necesita eliminar el fantasma de la pobreza y cubrir ciertas necesidades para vivir con un mínimo de tranquilidad, seguridad y estabilidad. Una vez cubiertas, se necesita poco más. En definitiva, debemos luchar por otra cultura.

Por esto último, porque la función del político debe ser contribuir a nuestro bienestar, a nuestra calidad de vida, a nuestra felicidad en definitiva, hay esta desafección. Porque da la sensación de que los políticos, si no están a lo contrario, están a otra cosa. Que la palabra “política” o “políticos” tenga connotaciones negativas es de lo peor que le puede pasar a un país.

Hemos de partir de la base de que no toda la culpa es de los políticos, hay que repartir las responsabilidades entre toda la sociedad.  Porque el individuo no nace político, sino que se hace, no son extraterrestres que vienen a la Tierra a fastidiarnos, su forma de actuar y de pensar son el reflejo de la forma de actuar y de pensar de una sociedad.

Algo estaremos haciendo mal. Algo estaremos haciendo mal cuando oigo a más de una persona quejarse de la corrupción diciendo, al mismo tiempo, que si estuvieran en la posición del político corrupto “harían lo mismo”. Debemos exigirnos a nosotros mismos lo mismo o más que le queramos exigir a los demás. La picaresca española podría ser un motivo histórico que tenemos desgraciadamente más arraigado de lo que pensamos. Y, hablando de motivos históricos, es imposible olvidarse del retraso histórico en el reparto del mercado y de las relaciones comerciales entre países, a las que llegamos tarde, a causa de 40 años de franquismo que, entre otras cosas, es el origen de no tener una industria más potente.

No obstante,  deberíamos preguntarnos por los motivos restantes. En vez de mandar mensajes apocalípticos que invitan al suicidio, deberíamos centrarnos en que el problema no es sólo de los políticos, de si cobran mucho o de si hay demasiados, también hay directivos de bancos que han contribuido como el que más a esta situación, que cobran indemnizaciones millonarias y encima no asumen su responsabilidad. A la hora de hacer el diagnóstico de un enfermo llamado España, pongamos el foco en las enfermedades más graves. A gran parte de la sociedad le preocupa más una herida en el pie que un derrame cerebral. Hay que hacer comprender que la herida en el pie también hay que curarla, pero habrá que preocuparse más por las enfermedades más graves como la segunda.

Una profunda remodelación de los partidos políticos para entender lo que está pasando. El 15-M

Uno de los grandes retos para armar el principal instrumento que puede contribuir a solucionar la crisis en la que nos encontramos, pasa por una profunda remodelación de los partidos políticos. Es la hora de la alta política, y sólo las grandes estructuras de los grandes partidos pueden hacer posibles todos estos cambios. Pero, evidentemente, tienen que hacerlo mejor y recuperar la confianza de la ciudadanía. Y ambos propósitos se logran con la misma fórmula.

Que el partido no sea el objeto de los intereses personales de unos pocos, que sea una estructura en la que todo el mundo pueda aportar ideas, opinar y discrepar de las decisiones de todos los miembros, por mucha influencia y poder que estos últimos puedan tener.

Que todas estas críticas no tengan consecuencias negativas para aquel que las haga es un punto fundamental para construir un partido plural, democrático y abierto a la ciudadanía. Deberían eliminarse las redes clientelares y la influencia de las familias políticas, que contribuyen a la división del partido, a la arbitrariedad en la toma de decisiones, a la disminución de la crítica política, a que los que lleguen a lo más alto no sean los más preparados y a hacer de un partido político el cortijo de unos pocos que colocan a sus allegados y afines que, generalmente, no criticarán ninguna de sus decisiones.

Y por último, que los candidatos sean elegidos por los militantes y por la ciudadanía, que se den a conocer fuera del partido, que expongan sus proyectos e ideas, como modo de enriquecimiento del debate político, de la identificación de los ciudadanos con sus representantes. Las primarias abiertas pueden ser un gran paso para la reivindicación de la política, la participación ciudadana y la democracia representativa, reducida únicamente a un voto cada 4 años.

La aparición de nuevos movimientos sociales, las grandes movilizaciones del 15-M, el movimiento contra los desahucios,  ponen de manifiesto la incapacidad de los partidos para resolver las numerosas cuestiones que deben ser abordadas y respondidas, la desafección de la ciudadanía hacia la política y la sensación de no sentirse representada ni identificada con sus gobernantes.

Estos fenómenos y acontecimientos, tienen muchos puntos positivos como termómetro de la lógica indignación de la sociedad y demuestra que los ciudadanos no están adormilados y que no van a consentir lo que antes en cierto modo consentían. Desde mi punto de vista, enriquecen el debate público, crean espacio público y muestran la vitalidad de una sociedad.

Pero falta organización, falta dirección, falta, en definitiva, que todos estos movimientos cristalicen y se canalicen en algo concreto que de verdad cambie el paisaje actual. Por ello, no pueden nunca ser sustitutos de los partidos políticos, no sólo porque se perdería la esencia de estos movimientos, sino porque los desafíos que tenemos por delante son de tal magnitud que solo pueden ser solucionados con la buena política, con una política abierta y despojada de las inercias del pasado.

Debemos intentar también no orientar estos movimientos hacia la abstención ciudadana, porque al final será la derecha la gran beneficiada. No queremos que se cumpla aquello de “nosotros la manifestación, ellos la disposición” porque es fundamental para sectores importantes de la sociedad que sea un partido de izquierdas el que gobierne y tome decisiones que palíen las grandes deficiencias en la calidad de vida de muchos ciudadanos, especialmente los más desfavorecidos, los más débiles.

Éstos nunca van a estar más atendidos por un partido de derechas que por un partido de izquierdas. Los conservadores nunca van a pensar más en ellos ni a preocuparse más por ellos porque forma parte de su ideología. La ideología de que, por naturaleza, una parte de la población siempre va a estar excluida, de que algunos son los perdedores de la Tierra.

En cualquier caso, siempre habrá que mandar un mensaje optimista, siempre hay que serlo con el ser humano aunque a veces nos den razones para lo contrario. Porque siendo pesimistas no vamos a ningún lado y porque de éstos ya hay demasiados como para serlo nosotros también.

Porque una crisis es mitad un fracaso, mitad una oportunidad. Gran parte de las cosas que ahora funcionan mal son consecuencia de que en el pasado no se hicieron bien, o nos hemos dado cuenta de que parte de los mecanismos de este sistema no son suficientes para el funcionamiento de una sociedad como la que queremos.

Que no haya nadie en la cárcel después de todo lo ocurrido es el reflejo y un ejemplo de que hay que cambiar muchas cosas de nuestro sistema jurídico. La obstrucción y dilación de la justicia por hábiles expertos en el juego procesal  nos muestran muchas deficiencias que deben invitarnos a establecer los mecanismos necesarios para que esto no ocurra, empezando por modernizar la justicia y no reducir personal judicial para no ahogar más a jueces desbordados por tanto trabajo.

Gran parte de los casos de corrupción son del pasado, cuando todo iba aparentemente bien y se hacía la vista gorda, pero la actual indignación y desafección a la política es una oportunidad para que los políticos que vengan tengan claro que el dinero público es sagrado, y que toda la sociedad tiene un compromiso con sus conciudadanos, desterrando el individualismo y viendo lo público como algo nuestro que hay que defender, algo colectivo, algo de todos.

Como seres políticos que somos debemos vivir en sociedad con los que nos rodean, necesitamos estar con personas que nos llenen, y eso no puede restringirse sólo a la familia y amigos, sino que ha de ampliarse a todos los individuos de una sociedad.

Por ello, no podemos ver buenos los tiempos pasados y malos los de ahora, no ha habido una involución, aunque el gobierno parece que se empeñe en lo contrario. Hemos abierto los ojos y nos hemos dado cuenta de que hay un mundo nuevo en el cual hay grandes desafíos y que los instrumentos que teníamos no funcionan tan bien como creíamos.

Es la gran oportunidad de cambiarlos, el desafío es colosal pero apasionante, estamos ante un momento importante de la historia y hay que dar la talla, y solo la alta política, la que se hace entre todos y con todos, nos hará que la angustia del presente y la incertidumbre del futuro reciba, cuanto menos, el calor humano que nos da aliento para ser un poco más felices.


Pablo Sanz Manglano
 Estudiante Erasmus de 4º de Derecho en Olsztyn (Polonia)

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